The city under the city. Noche segunda. Capítulo 1
- H
- Apr 15, 2020
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-¡𝕁oder Vi, fuiste muy lejos esta vez!- Mark Aracne, el jefe del ayuntamiento estaba que echaba chispas. -¿Sabes que este hombre puede denunciarte? ¿Eres consciente del lío que será borrar el expediente del caso con lo que le has hecho? Además, te cargaste a ocho personas Vi.- Me miró, concediéndome el tiempo de excusarme.
Desde luego que aquel hombre imponía. De tez morena y cabello negro en corte militar, Aracne alcanzaba sobradamente los dos metros de altura, y eso sin hablar de la trabajada musculatura que recorría todo su cuerpo. El tipo era un armario y solo con verle ya metía miedo: sino por su porte y su imagen, su profunda voz de barítono terminaba el trabajo con creces. Llevaba un dragón negro tatuado en el brazo derecho, cuya cola comenzaba en su mano y su boca llena de colmillos alcanzaba su hombro. Retirado del ejército y condecorado allí, se había abierto paso a pulmón hasta el puesto de jefe de distrito. Y como todo retirado militar traía consigo su pésimo humor y sus cicatrices de guerra, pero en este caso no quedaba claro cuál era más evidente, pues aunque sus gritos y reprimendas se escuchaban dos oficinas a cada lado, al ver su mandíbula y su ojo derecho, reconstruidos al completo en placas cromadas, una comenzaba a dudar.
-Criminales- Corregí -Y seguro que la ciudad no está aclamando al cuartel por haber detenido un cargamento gigantesco de T24: cuatro contenedores llenos y uno en proceso, numerados del 1223 al 1228, que se habían colado en la ciudad pese a los vigilantes ojos de mis dedicados compañeros- Si aquel rostro podía provocar más miedo, cuando escuchó mi respuesta comenzó a intentarlo. Claramente no estaba de humor para bromas ni ironías. Así que decidí jugar otro papel –Mire, jefe. Yo no estuve allí ¿Recuerda? La piel sintética tapó mis tatuajes y piercings, no llevaba los Atlas, por los que la gente me reconoce y con toda persona con la que hablé me presente como Seis, como hago cada noche que arreglo algún estropicio- Buscaba apaciguarlo con el tono de mi voz y parecía que iba camino a conseguirlo –Por si fuera poco, solo quedó un testigo y el infeliz probablemente no se anime ni a imaginar mí rostro sin hacérselo encima. Fui muy pulcra en mi trabajo- Concluí con la voz hecha un suspiro, esperando que mi excusa bastara.
Un golpeteo rítmico en la puerta interrumpió la conversación –Adelante- Dijo el moreno con un tono de voz que dejaba claro que si aquella puerta se abría más valiese que fuera por algo importante.
Un delgado muchacho entró, no debía superar por mucho la barrera de la mayoría de edad y traía consigo un paquete en un carro de carga. -¿Mark Aracne?- Preguntó tartamudeando. –Correo, señor- Dijo el recién llegado, acercándole un lector de huellas dactilares al hombre que permaneció inmutable, mirándole a los ojos con las manos sobre el escritorio hasta que el pobre joven estuvo a su lado con el acuse de recibo a su alcance.
El paquete no era grande, y no parecía pesado, pero algo llamó mi atención: aquello no era correo oficial. Llevaba el nombre de pila de Aracne, sin su cargo explícito en él, y estaba sellado por el remitente “Wrydian Corporation S.A”, una empresa que no me sonaba de nada.
Aracne apoyó su mano en el comprobante digital y el muchacho salió de la oficina como si la muerte misma le estuviese persiguiendo, entonces el ex militar se sentó de golpe en su silla y comenzó a revisar unos papeles con el rostro inmutable. En silencio. Y así permaneció largos segundos hasta que al fin preguntó –Vi ¿Hace cuánto trabajas aquí?-
-¿Se refiere a…- Su mirada tajante me dejó clara la respuesta –Llevo prestando servicio a la policía de Piltover nueve años señor-
Asintió -En estos nueve años has servido bien y has desbaratado dos veces más desastres que cualquier oficial normal- Un incómodo y breve silencio. Sabía que no era un halago sin más, sino una advertencia -Y por eso, una vez más, tu expediente, a costa de mi esfuerzo…-Puso especial énfasis en aquellas últimas palabras –Va a quedar limpio.-
-Gracias señor-
Hablaba despacio, como si midiese cada palabra. Comenzaba a impacientarme –Dime Vi: ¿Valió la pena? Lo que le hiciste pasar al pobre diablo- Preguntó –¿Tienes la pista que estabas buscando?-
Bajé la mirada, con fingido arrepentimiento –No señor-
-Puedes retirarte-
Saludé con una inclinación de cabeza antes de darme la vuelta y comenzar a caminar hacia la puerta de la oficina.
-Y… Seis- Dijo con un tono mucho más oscuro –La próxima vez no quiero testigos.-
-Así será-
𝔼n el aerodeslizador me esperaba Cait, mi compañera desde que entré al departamento, era fría, calculadora, mandona y terca como mula, pero también era comprensiva, fiel, inteligente y sabía cuándo no debía hacer muchas preguntas; así que con los años había aprendido a convivir con sus defectos y a quererla por sus virtudes. Era la compañera ideal para casi cualquier situación y más de una vez me había salvado el pellejo.
Entré en el vehículo y ajusté el cinturón acomodando los guantes Atlas en el compartimiento que tenía frente a mí, diseñado especialmente para aquellos bebés.
-Vaya, eso fue breve. Debe haber sido grave- Comentó ella cuando ya estuve a su lado
-No, un idiota quiso echarme la culpa de los formularios Hexon corrompidos la semana pasada- Mentí quitándole importancia –Por suerte escanearon mi placa y mostró que aquel día estuve de patrulla- siempre había querido decirle la verdad, pero era peligroso. Solo dos personas en el ayuntamiento conocían el trabajo que realizaba como cazadora: Aracne y Harknor, mis contactos y los grandes apoyos de mi búsqueda personal.
-Ya. Y los Hexon disparan balas de mercurio- Replicó irónicamente
Tragué saliva, pensando en qué herida había olvidado cubrir con piel sintética.
-En la espalda- Dijo, adivinando lo que pasaba por mi cabeza –A la altura del hombro. El mercurio que utilizan algunos malvivientes con especial sentido sádico está bañado en imitio y sigue corroyendo la piel hasta 10 horas después de ingresado en el cuerpo. Si no se trata a tiempo la carne se pudre sin que la víctima se dé cuenta hasta que ya es demasiado tarde.- Se encogió de hombros -Por suerte fue solo un arañazo, y la herida química desaparece en pocos días de la piel, pero el parche quedó pequeño para la mancha que dejó el veneno en tu hombro y pude verlo cuando entraste, antes de cambiarte- Suspiró y arrancó el aerodeslizador –No sé qué haces, y te mentiría si te digo que no me importa, pero no voy a cuestionarte. Solo…- Hizo otra pausa –Ten más cuidado-
Por lo general no trabajaba dos noches seguidas, pasar tantas horas despierta requería de una cantidad de energizante que mi estómago no estaba preparado para aceptar sin quejarse ni presentar batalla, pero debía hacer una excepción, así que cuando el reloj holográfico que iluminaba la pared del pasillo de mi hogar marcó la medianoche acomodé el Hércules a mi brazo derecho y lo calibré para que mis cansados músculos se acostumbraran a su peso; tomé los dos grandes maletines de droga T24 que había robado del cargamento numerado 1228 la noche anterior, mi bolsa de herramientas, mi navaja mariposa, tornasolada y versátil y mi pequeño revolver Costlled, primera patente, confección artesanal, calibre 38, con refrigeración autoasistida por disipadores criostáticos Blue Hice y de doble recámara: una completamente llena de munición de mercurio y la otra vacía, como usualmente la llevaba; era uno de mis pocos objetos de alto valor, y el arma que más de una vez salvó mi vida desde mi oscura adolescencia. Me esperaba una dura jornada.
-Litty, mami debe partir también esta noche- Dije, acuclillándome para acariciar el metálico cuerpo de mi pequeño gato robótico, mi gran compañía y familia –Necesito que cuides la casa. Nadie va a venir hasta que yo no llegue, así que estate alerta y envíame un alarma si escuchas algo extraño- El animal hizo un ruido agudo e inclinó la cabeza –Si necesito ayuda voy a contactarme contigo por el botón de auxilio del Hércules y tú debes enviar la señal con mis coordenadas a Cait ¿Entendido?- Un ronroneo artificial sirvió como afirmación, mientras bajaba la cabeza y se enroscaba en mi pierna, acariciándome con su cuerpo de fibra de carbono –Lo se cielo. Se lo prometí a ella y te lo prometo a ti: Voy a ser cuidadosa. Cuando todo esto acabe tienes mi palabra de que traerte tuercas nuevas para ti y dormiremos un día entero juntos, escuchando música o viendo el holovisor, lo que prefieras; pero mami necesita dejar este asunto cerrado. Hay algo que no está bien y parece que solo yo puedo verlo- Me incliné más y besé su cabeza antes de levantarme y partir hacia la puerta.
Al salir por la cochera del subsuelo mis ojos se posaron en mi aerodeslizador, una nave Degjan BH, doble cabina, blindada y pintada en cromo. Pensé en lo cómodo y rápido que sería viajar en él, como pensaba cada noche en que salía de caza, pero aquella idea era peligrosa. Las naves tenían rastreadores y mi identidad podía ser fácilmente descubierta si encontrasen mi vehículo en alguna de las escenas que solía montar por la ciudad. Me estremecí pensando en la reprimenda de Aracne y seguí caminando hasta el fondo de la cochera, donde se encontraban los galpones privados; uno de ellos era mío, pero a diferencia de los excéntricos y paranoicos de mis vecinos yo no guardaba allí nada de excesivo valor material, sino otra de mis herramientas de trabajo. Apoyé mi mano en el detector dactilar e introduje el código numérico en el panel. Acto seguido, la persiana de metal se levantó sin hacer ruido y dejó al descubierto mi vehículo de escape nocturno.
Había encontrado el chasis en un chatarrero y poco a poco había ido restaurándola, amoldándola a mis necesidades: En el tanque de combustible negro una chapa cromada rezaba “Harley Davidson”. Llevaba el motor tricilíndrico de un propulsor dual y dos ruedas Rendeth, con tecnología adaptable para circular en cualquier terreno, el manubrio fue fabricado enteramente por mí en fibra de platino y los amortiguadores eran los de un carro de cargas hidráulico Denvel Z2, confeccionados en Paladio. El asiento era de cuero negro, cuero real, aquello si valía una pequeña fortuna, al igual que los escudos de plasma, pertenecientes a una nave militar de tipo G en estado de prototipo, un gran regalo de Aracne para mi anterior cumpleaños.
En la parte trasera, donde originalmente debería viajar el acompañante había instalado un sostén de mercurio electrónico, que se moldeaba a la carga que pusiera a mi espalda con seguridad antes de endurecer y mantener el cargamento firmemente aferrado durante todo el viaje. Allí acomodé los maletines llenos de sustancias ilegales. Tomé de la pared del galpón un viejo casco de fibra de carbono negra con un seis de neón rojo encima de la visera, me monte y coloqué las analógicas llaves. El motor comenzó a rugir.
𝕃as calles, construidas hace ya mucho tiempo apenas estaban circuladas, así que el viaje por tierra era rápido, lo cual era de agradecer; además las luces de la parte baja de los edificios eran tenues en comparación con las de los pisos superiores, que debían de verse saturadas de colores y publicidad para llamar la atención, en una lucha encarnizada por atraer clientes al millar de locales nocturnos de la ciudad, lo que ayudaba a que mi discreción sea aún mayor.
Llegué al ayuntamiento, activé la alarma del vehículo, que lo volvía translúcido casi al completo y entré por la antigua puerta de la parte baja. Mi siguiente movimiento era casi una rutina: la base de datos del Hércules estaba cargada con los puntos débiles del sistema de seguridad del edificio, así que con unos pocos movimientos de los dedos me encargaba de congelar imágenes en las cámaras e inhibir a los guardianes robóticos hasta llegar al cuarto de vigilancia del almacén.
Harknor dormía en la cabina plácidamente, con los pies sobre el escritorio, en una posición terriblemente peligrosa entre los paneles de control de los ordenadores encargados de la seguridad del edificio y una taza grande de café a medio terminar. Una extraña revista de actualidad se proyectaba desde el holovisor de su reloj de muñeca alumbrando a contraluz su rostro. Golpeé el cristal que nos separaba fuertemente tres veces –Buenas noches señor. ¿Sabría indicarme donde queda la tienda de ropa más cercana?- Dije bromeando. El delgado hombre casi se cae de la silla del puro susto al despertarse de un profundo sueño.
-¡Joder Vi! ¿Quieres matarme?- Gritó enderezando la silla de oficina y peleando con la taza que amagó a caerse y no lo consiguió por los pelos -¿Qué haces aquí? ¿No saliste ya anoche?- Preguntó mientras se acomodaba y se frotaba los ojos.
-Hoy toca repetir. Parece que no todos tenemos la suerte de dormir plácidamente por la noche- Dije encongiéndome de hombros –Y esta vez necesito bastante cargamento, pero primero abre la maldita puerta que quiero saludarte, hijo de puta-
-No lo sé…- Protestó él con un bostezo mientras se acercaba a la puerta de acero al lado de la ventana por la que le había sorprendido incumpliendo con sus obligaciones. -… Una lameculos con poca puntería y la cabeza dura está agotando poco a poco las existencias del almacén, supongo que sabes, ya que dices trabajar aquí, que por suerte cada vez hay menos capturas, eso significa: menos criminales y por decantado, menos armas ilegales que puedas llevarte a pasear. ¿Cómo voy a explicarle yo a Connie que su recuento diario es disonante dos días al hilo? ¿La haz visto enojada alguna vez? Esa mujer es terrible- El hombre de piel fulminantemente clara apenas debía pasar el metro sesenta y cinco, pero su cabellera rizada y alborotada en un alto afro negro compensaban un poco. Tenía el rostro perpetuamente poblado por unas largas ojeras y la boca y la nariz anchas, a juego con un mentón rígido y amplio ennegrecido por una barba de pocos días. Su cuerpo era delgado, pero claramente atlético y sabía elegir bien la ropa para que aquello se notase: siempre ceñida al cuerpo y siempre del color más claro que pudiese; tanto así, que su armadura, el uniforme que vestía cuando estaba de guardia, llevaba varias zonas cuestionablemente reemplazadas por látex blanco a la altura del abdomen, con la clara intención de marcar sus músculos. Incluso medio dormido y en una situación como aquella caminaba con movimientos exageradamente estéticos que parecían más propios de una pasarela de modas que de un departamento de policía.
-Menos criminales los huevos- Dije con odio, pensando en lo idiota que comenzaba a parecerme ya la gente que no podía ver más allá que su propia nariz -Date prisa, subnormal. Que no hay nadie que te mire el culo aquí-
-Por suerte así es. No me gustaría que me viese nadie al lado de una punky apestosa con pasado delincuente y sin el mínimo sentido del decoro ni de la moda- Dijo mientras la puerta se abría
Apenas lo vi cara a cara le di un fuerte abrazo. -¿Cómo estás modelito?- Pregunté al soltarle.
Harknor fue mi primer contacto en el ayuntamiento, aquel que me recomendase cuando decidí alejarme de la delincuencia luego del incidente en Las Vias. Me había encontrado tirada y mal herida al borde de un antiguo carguero al costado del camino que conducía a la mina donde todo se fue al carajo y me ayudó entonces, desinteresadamente, y lo había hecho desde entonces. Era mi ángel de la guarda. Y ahora que controlaba toda la seguridad del almacén, era también mi proveedor de armas, municiones y piel sintética.
-Pues con sueño ¿Tu que tal, marimacho? Escuché lo de anoche ¿Solo nueve eh? No era lo que esperabas ¿Verdad?- Preguntó.
Me encogí de hombros –La verdad es que no. Pero conseguí información útil-
Sus ojos mostraron entonces un brillo de curiosidad. Su rostro no mentía nunca cuando se alegraba por mí –¿Y vas tras esa pista hoy cierto? Espero tengas más suerte Vi, a este paso vas a terminar peleándote conmigo por el título de las ojeras más bestias de la comisaría- Bromeó -¿Qué vas a llevar?- Preguntó entrando de nuevo al cuarto de seguridad, donde estaba la única puerta que daba acceso al almacén de armas incautadas, haciendo un gesto con la mano para que le siguiera.
-Pensaba en dos Guilius F, 43, con un cargador cada una y dos revólveres cortos, del 22, con 2 recámaras, por si acaso. Además de otro rollo de piel, el que me diste el mes pasado se terminó hoy por la mañana.
Sus ojos se abrieron como platos -¡Pero tía, ayer te llevaste dos Guilius! ¿Qué pasó con eso?- Hizo una pausa y suspiró –No me respondas. Las dos que llegaron ayer en la madrugada con el cañón sobrecalentado eran las tuyas- Dijo esperando que dijese algo.
Encogí nuevamente los hombros y acompañé el gesto con las manos, la cabeza y la sonrisa, indicándole que no me sentía orgullosa al respecto -Las utilicé para derribar una parte del techo del edificio. Así fue que cuatro de los nueve camellos quedaron fuera de pelea mientras buscaba cobertura de los otros cinco. Alcanzaron temperatura ambiente en unos cincuenta disparos consecutivos, diría yo, si te interesa saberlo. Luego de eso las balas comenzaron a pensar que eran munición de pistolas de agua. Tuve que dejar aquello y seguir con el Costlled, que por suerte tiene mejor manufactura que esos juguetes fabricados en serie-
Negó con la cabeza y puso los ojos en blanco –Algún día algo te va a salir mal Vi. ¿Por qué no abandonas ya esa infantil idea de venganza y dejas de amargarme la espera por la noche?- Preguntó intentando convencerme por enésima vez de aquello
-No quiero venganza Harknor, cielo.- Dije con fingida voz maternal, en un tono irritantemente condescendiente -Aunque no lo veas, algo está pasando y yo sé que voy en la dirección correcta para resolverlo mientras el resto de gente parece mirar para otro lado, solo… tengo que presionar un poco más. Es todo- Refuté, como siempre –Tengo prisa, si no te importa. ¿Podrás ayudarme hoy también?- Insistí sin dejar espacio a más discusión.
Frunció los labios con aire preocupado y se giró para entrar por la puerta que daba al tesoro incautado del gigantesco edificio, donde no podía acompañarlo, pues aquel cerrojo incluía un complicado algoritmo de reconocimiento de ADN muy difícil de piratear.
A los pocos minutos volvió con dos ametralladoras blancas y negras a la espalda, cuyo cuerpo consistía en una larga caja rectangular del tamaño de un antebrazo al que parecía que le habían arrancado un cuarto en la parte de debajo del cañón y lo hubiesen colocado mal dejando como resultado su empuñadura diagonal recubierta. Tenía unos cinco centímetros de ancho en la parte donde se encontraba el cargador y los criogenizadores electrónicos que mantenían las balas sólidas, y de alto no podía abarcarla completa con la palma de mi mano por muy poco, si ignorásemos la mirilla térmica cuadrada que tenía encima. La parte trasera del arma guardaba las municiones de mercurio, en cartuchos de cien balas. Su empuñadura asomaba por la parte baja, unos pocos centímetros adelantada del centro, con textura de goma, gatillo neumático y guardamanos de titanio que se extendía hasta el final de corto y delgado cañón. Aquellas eran las Guilius F, el arma oficial de la policía de Piltover, fabricadas por Co.Bo. Corporation en grandes cantidades para los agentes de la ley y para cualquier maleante que pudiese superar su oferta. Los dos pequeños revólveres cromados eran más sencillos, y bastante menos llamativos, consistían en un armazón completo de metal, con forma de pistola, pero con el cañón ancho, pues sobre el mismo se colocaba el mercurio líquido, en tubos metálicos largos de 300ml que sobresalían hacia atrás, pues era en el cañón donde el arma realizaba el proceso de enfriamiento y solidificación de la munición. Harknor venía jugando con uno en una mano, traía el otro al cinturón y el resto de suministros en una canasta de plástico. –Aquí tienes.- Dijo dejando todo sobre la mesa. –Sabes donde está el espejo. No demores mucho-
Sonreí con sincero agradecimiento. Tomé el rollo de piel y me dirigí al baño de la cabina para colocarlo. Los parches venían en una larga tira de color morada, de unos diez centímetros de ancho, enrollada sobre un tubo de plástico. Se cortaba con facilidad con los dedos y eso hice, tomando entre mis yemas y estirando el maleable material para dejarlo del tamaño del tatuaje de mi rostro. Lo apoyé con cuidado y presioné con toda la palma. Un cosquilleo recorrió mi mejilla y luego un suave ardor. Retiré la mano y contemplé como la tira morada había desaparecido, fundiéndose con mi piel y dejando a la vista un terso cutis, idéntico al del otro lado de mi rostro. Repetí el proceso con los dos piercings de mi nariz, el de mis labios, y luego con el tatuaje de mi cuello y hombro. Los aretes de la nuca y el ombligo podían quedarse así, pues era bastante más complicado asociarlos a mí particularmente o siquiera verlos.
Salí del pequeño baño y vi a mi amigo, sentado en su silla, tildando el sistema de seguridad, para que pudiese darme a la fuga. Volví a sonreír.
Coloqué las tiras imantadas que sostenían los Guilius en cruz alrededor de mi pecho y espalda, sobre la correa de mi bolso de herramientas y los acomodé allí. Por su parte los revólveres fueron a parar a ambos lados de mi cinturón y la munición excedente al frente del mismo. –Oye…- dije mientras terminaba de acomodarme –He oído de balas de mercurio… bañadas en imitio. ¿Qué me dices de eso?-
-¿De verdad Vi?- Dijo con incredulidad, pero al ver que no tenía intención de sostener una conversación filosófica sobre moralidad decidió ceder –Tengo del 38. Servirán para tu querido revolver, ¿Cuántas quieres?-
-Una-
Sonrió y sin decir palabra abrió el cajón de su escritorio y tomó un cartucho de una ametralladora de asalto B19 y extrajo una bala para alcanzármela.
-Gracias- Dije y coloqué la misma en el segundo cargador del Costlled, que siempre llevaba vacío por una cuestión de balance del arma.
-¿A dónde vás hoy?- Preguntó una vez vio que había guardado todo para partir.
-Al viejo faro. A las afueras, por la zona de la autopista 17, sobre el pico natural. Te envío las coordenadas al llegar.- Respondí
-¿En cuántas horas planeas estar de vuelta?-
-Si no tienes noticias mías en cinco, envía refuerzos- De aquella manera nos manejábamos siempre. Era como mi comodín en caso de que necesitase que me salvasen el culo, y aunque jamás habíamos llegado a esa situación era bueno saber que contaba con algo de respaldo.
-Cuídate, lameculos- Dijo el sonriendo y señalando la puerta con un gesto del rostro.
Le devolví la sonrisa y me retiré, aunque antes de cerrar la puerta no dudé en enseñarle el dedo del corazón.
𝕃a subida en motocicleta por la ladera del pico era una experiencia lenta, pero fantástica de realizar. Curva tras de curva en un vaivén que ascendía sin parar al borde de los acantilados, con las fulgurantes luces de neón de la ciudad adornando el paisaje nocturno en la lejanía.
Llevaba cerca de una hora conduciendo para llegar allí y el ascenso me tomó otros quince minutos por lo menos. Arriba de aquella montaña estaba el observatorio, pero yo me detuve antes, en un acantilado natural que daba al paisaje marino del primer puerto construido en la ciudad, allí había un gran faro, abandonado hace ya muchos años.
Me quité el casco y respiré una larga bocanada de aire salado, mucho menos cargado que el que se respiraba en el centro metropolitano. Estiré mis piernas, cansadas por el viaje, envié un mensaje a Harknor con mis coordenadas por el comunicador del Hércules, tomé el cargamento de la parte trasera de mi Harley y miré por última vez el brillante paisaje de Piltover ardiendo contra la negrura de la noche.
Me acerqué a la puerta de la torre, construida en acero, de doble hoja, con un gran cartel que indicaba que estaba prohibido el ingreso. Empujé con el hombro y el aroma a polvo me recibió al pasar.
Dentro había un zumbido, era casi imperceptible, como si un gran insecto acechara en la distancia. No me daba buena espina. El lugar estaba completamente a oscuras, y teniendo las manos ocupadas con los maletines solo podía alumbrarme con el display holográfico del holomisor del Hércules, que se asomaba desde mi pecho y que como linterna era terriblemente disfuncional, pero al menos era algo. Mis pasos hacían que los tablones del suelo se quejaran bajo mi cuidadoso andar.
-¿Hola?- Pregunté y una madera crujió a mi espalda, poniéndome en estado de alerta, hasta que de pronto vi como un gran mapache escapaba por la puerta de entrada. Esperé unos segundos, con los sentidos inquietos. Estaba sola. No me quedaba más remedio que subir por las viejas escaleras de caracol y buscar en el piso superior.
Pisé el primero de los escalones con miedo. Iba paso a paso buscando trampas, pues sabía que debía esperarlas, pero nada. Luego el segundo, el tercero. Algo no estaba bien. Demasiada calma, comenzaba a entrar en paranoia, a pensar que aquel lugar no era el indicado.
Iba ya por el décimo paso en mi ascenso cuando la puerta se cerró de golpe en la habitación que acababa de abandonar más abajo y mis músculos se tensaron al completo. Un sonido contra la pared. Engranajes girando. Me volví hacia ellos y levanté uno de los maletines de droga para detener una gran hoja de acero afilada que se dirigía a mi pecho. Conseguí no recibir daño del gigantesco cuchillo, pero la contundencia con la que atacó me tiró hacia atrás, rompiendo la barandilla de madera y dejándome caer hacia el centro del edificio. Vi pasar el suelo a mis lados y me di cuenta que caería más, en un agujero que al parecer era parte de la trampa.
Un colchón amortiguó mi caída y sumida en una oscuridad que mi holomisor no llegaba a disipar, escuché el sonido de pequeñas hélices arrancando a mí alrededor. Sus diminutas luces rojas se encendieron en las lejanas paredes de la habitación subterránea. Eran drones de seguridad. Por lo menos 20 de ellos, en todas las direcciones. No sabía qué clase de armamento tenían, pues no llegaba a distinguir más que su silueta. Debía pensar rápido.
Tomé las Guilius que cargaba a la espalda y comencé la balacera. A diez de ellos no les di tiempo de despegar de su posición y reventaron en pequeñas explosiones que me cegaron fugazmente, pero que también me permitieron ver el modelo de los demás. Eran arcaicos, armados con dos navajas bajo el eje de sus cuatro hélices. Derribé uno más, pero por la espalda, otro alcanzó mi brazo izquierdo abriendo una profunda herida. Estaban afilados. Giré sobre mi misma, evitando el ataque de un tercero que recibió un disparo al pasar y reventó a unos cuantos metros de mi posición. El cuarto venía a toda velocidad hacia mi rostro, no podía dispararle y arriesgarme a la explosión, así que le golpeé con el cañón del arma hacia arriba, en un perfecto gancho del que estaba orgullosa, haciendo que pierda el control y se estrelle en el techo. Agudicé mis sentidos. Un instante de calma, demasiado corto. Uno de ellos alcanzó mi pierna mientras me defendía de otro par que atacaban mi flanco con los escudos de plasma del Hércules, que consiguió repelerlos y afectar su mecanismo de vuelo, dejándolos fuera de combate. Me agaché para esquivar el siguiente, mientras disparaba al que había atacado mi pierna, gastando unas cuantas balas más para acertarle. Volví a girarme y me percaté que a mi espalda, en la pared trasera se encendían cientos de lucecitas rojas más llenando el ambiente con un zumbido aterrador, como un concurrido coro de cuchillas letales. Tenía que salir de allí.
Una música que recordaba a la marcha del desfile del progreso, pero mal mezclada con acordes de las fanfarrias de un circo comenzó a sonar desde unos altavoces en el techo de la habitación y una luz de neón rosa estridente iluminó el marco de una puerta a mi derecha. Comencé a correr hacia ella a toda velocidad; en el camino derribé un dron más, pero el ejército de sus homónimos recién activados se arrojaban a mi persecución.
Entré en un largo pasillo iluminado con tubos fluorescentes de tonos rosas y azules y corrí a toda velocidad. Esquivé unas cajas tiradas de un salto, rodé sobre mi espalda al ver una cuerda de acero colocada a la altura de mi pecho en la que unos cuantos de mis atacantes robóticos se enredaron y cayeron fuera de combate. Giré una esquina y vi que frente a mis ojos se abría una puerta manual de titanio. Mis perseguidores cada vez estaban más cerca, podía sentir como sus hélices sacudían el aire a mi espalda y levantaban mi cabello aturdiéndome con el zumbido de su vertiginoso vuelo. Casi me tenían.
Crucé la puerta y la cerré de golpe, apoyando mi espalda en ella y activando los escudos del Hércules para ayudarme a detener el estallido metálico de los pequeños y afilados guardianes que reventaban al final de camino. Había faltado muy poco.
Mi respiración estaba agitada, y mi mente era un amasijo de nervios y miedo, la tétrica y desafinada música también sonaba allí, poniéndome terriblemente incómoda. Me tomé un segundo para intentar apaciguar mi cabeza cuando el sonido de las explosiones y el de los choques cesaron, pero entonces vi algo que llamo mi atención. Del techo de aquel lugar tenuemente iluminado, colgaba, en el centro de la habitación, un objeto que se balanceaba débilmente: una pelota de platino rodeada por un amasijo de cables y circuitos que daban a un temporizador. Tragué saliva, solté las ametralladoras y me acerqué rápidamente.
Recordaba aquello, o algo parecido… era una bomba de hidrógeno. Una improvisada y totalmente caótica, pero indudablemente mortal.
Intenté recordar los cursos que el destacamento de explosivos del ayuntamiento solía ofrecer a los nuevos cadetes, pero nada de lo que en ellos se planteaba hacía alusión a mecanismos tan complejos, ni tan caseros.
El temporizador marcaba un minuto.
Cambié de estrategia. Respiré profundo cerrando los ojos. Aquello no era más que otro circuito a resolver, como los de las máquinas que reparaba en mi tiempo libre. Solo debía seguir su recorrido y descifrar su funcionamiento.
Cuarenta segundos.
El cable de energía parecía salir de una batería de ácido carbónico colocada en la parte posterior del armazón del explosivo, pero conectaba también el temporizador, y el gatillo era mecánico, no podía detener el proceso completo o la bomba reventaría allí.
Treinta segundos.
Hurgué entre los pequeños cables en profundidad. La placa electrónica central conectaba la energía, el display que contaba lentamente hacia atrás y el gatillo de la bomba a través de otros circuitos que seguramente tendrían el código del que recibían las órdenes exactas para cada proceso. Tomé un alicate del bolso de herramientas que colgaba de mi hombro.
Veinte segundos.
La placa principal tenía la orden de activar el mecanismo del tambor cuando el reloj digital llegase a cero. Los demás anexos electrónicos indicaban cuando éste estaba en su posición exacta, de acuerdo a los números que marcase, que debían estar también codificados en alguno de los otros circuitos. Si conseguía detener el proceso de reconocimiento antes de que se acabase el tiempo, el aparato entendería que el display no sigue contando y por lo tanto que queda un tiempo indeterminado hasta llegar al momento de la explosión. Eso, o quizás supondría que al detenerse, la cuenta había acabado y volaría en pedazos, pero no podía detenerme a calcular probabilidades de fallo. Era ahora o nunca.
Cinco segundos.
¿Cuál era la placa correcta? Había tres que podrían tener esa información. Debía decidir rápido. Tomé el alicate y corté la conexión de la derecha. La diabólica canción entraba en el estribillo, en su estridente clímax. Aún seguía viva, pero el reloj seguía contando.
Dos… uno… cero.
Una explosión de bengalas azules y rosas al fondo del recinto me sacudió el corazón mientras la música aumentaba su volumen y la habitación se iluminaba al completo. Fuegos artificiales que se estrellaban contra el techo. Y entre el colorido y espeso humo bicolor apareció ella, caminando lentamente hacia mí, llorando de risa y aplaudiendo. -Otra vez, otra vez-
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