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The city under the city: Noche segunda capítulo 2

  • Writer: H
    H
  • Apr 26, 2020
  • 21 min read

-𝕋endrías que haber visto tu cara- Dijo Jinx abrazando su abdomen, mientras se doblabla entre carcajadas -¡Oh! Una bomba de hidrógeno-


Tuve que contener las ganas de darle una paliza lo mejor que pude, pues estaba en su casa y con ella nunca se estaba realmente a salvo, menos en una situación como aquella –Muy gracioso.- Dije apretando los dientes. Comenzaba a sentir como las heridas que sus drones me habían causado ardían sobre mi piel y sangraban en generosa cantidad. –Vengo a hacer negocios contigo-


Su risa se detuvo de inmediato -¿Eh? ¿Negocios?- preguntó, mirándome con ojos incrédulos.


-Supongo que a pesar de la piel sintética, a ti en particular no debo explicarte quién soy, ¿Verdad?-


-Viniste sin las manos. Eso quiere decir…- Hablaba para sí misma, o más bien divagaba. Como si no hubiese escuchado mi pregunta -¿Viniste sola? ¿Sin policías?-


-Sí. Aquí y ahora puedes llamarme seis. Soy una cazadora. Vengo a ofrecerte un trato- Respondí.


-Pero se supone que debían perseguirme, tenía todo preparado, y no fue fácil armar todo esto en tan poco tiempo- Suspiró –Malditos oficiales, cada vez les importa menos todo. Me irritan-


La puerta a mis espaldas se abrió y un robot, muy similar a un pequeño chimpancé entró por ella, tirando de una soga que llevaba los dos maletines de T24 que habían caído conmigo a la habitación de los drones y que había dejado atrás en mi huida. Cuando pasó a mi lado pisé el primero de ellos, impidiéndole que los acerque más a la demente criminal; el monito dio un salto, sorprendido y corrió a esconderse detrás de la pierna de la chica que seguía ensimismada, insultando la falta de dedicación del cuerpo de policías de Piltover con palabras bastante malsonantes.


-¡Ey! ¿Puedes siquiera escucharme?- Le exigí –Tengo poco tiempo para juegos-


Ella suspiró y me miró con rabia –Te escucho-


-Sé que ahora te dedicas a sabotear cosas en la red. Eres bastante buena, pero sigues sin ser discreta. ¿Una explosión de bits azules y rosas en medio de la base de datos de la tesorería central? Es fácil rastrearte- Dije con calma


-Sí, pero eso solo desde puertos no oficiales ¿No me digas que “La protectora de Piltover” accede desde subterfugios criminales?- Preguntó ahora más interesada.


-Puede que haya necesitado corroborar datos de acceso restringido alguna vez, pero eso es otro asunto. Tengo estos dos maletines, llenos a reventar de T24. Necesito los créditos que robaste en aquel asalto. Esta noche- La droga que había… “incautado”, en mi salida de la noche anterior, no era sino un potenciador de los procesos químicos que el sistema nervioso producía al introducirse en la red, un acelerador neuronal, y por lo tanto, quien consumiera una de aquellas pequeñas pastillas verdes, podría percibir mucho más las emociones codificadas que eran enviadas a su cerebro a través de los puertos de conexión. Alcanzando estados que podían conducirle incluso hasta la locura o la muerte.


Volvió a reír y el pequeño robot que se aferraba a su pierna comenzó a imitarla de manera increíblemente irritante –Venta de drogas, créditos robados, conexiones piratas. Casi no te reconozco hermanita- Dijo mientras se arrodillaba en el suelo sin poder contenerse a causa de las carcajadas, abrazando su abdomen una vez más. – Además ¿Qué te hace pensar que voy a ayudarte? Después de todo, has pasado una buena temporada intentando atraparme, tú y tu adorable compañerita de las faldas cortas, ¿Piensas amenazarme con mandarme al calabozo?- Una lágrima se escapó de sus ojos, corriendo su exagerado maquillaje –Me estás haciendo llorar de la risa; para por favor-


-Se por qué estás en la red, Jinx- Dije confiada en mi plan -Los antivirus son más peligrosos que los guardias hoy en día ¿Verdad? Y con T24 hasta llega a causarte algo de adrenalina el miedo a que puedan darte un choque. ¿No es así? Te has vuelto buena allí, porque en Piltover ya nadie presta atención. La policía no te persigue y los civiles ya no gritan al ver tus obras ¿Verdad? No hay caos a tu alrededor y te preguntas si ya perdiste el toque- Paró de reír. Había dado en el clavo. -Hay algo que está haciendo que la gente ignore el crimen. Y yo voy detrás de los culpables- Aún no sabía si aquello era del todo cierto, pero mi irritante hermana no tenía por qué enterarse.


-¿Y dices que si te ayudo puedes devolver todo a la normalidad?- Preguntó con curiosidad.


-Puede que si ¿Vas a cooperar o no? Quiero los créditos y el puerto que utilizas para ingresar a la red-


Tomó al pequeño monito y lo levantó para que mirase sus ojos directamente -¿Qué dices Piki? ¿Tú crees que deberíamos ayudar a Manonotas? Extraño hacer volar cosas por los aires en la ciudad, pero ella es una patada en el culo. No nos cae bien. ¿Verdad?...- El robot rascaba su barbilla, asintiendo a cada oración de la desquiciada criminal.

Aquella estúpida conversación entre la chica de cabellos azules y su mascota duró unos segundos que se hicieron demasiado largos para mi gusto, pero al final bajó al chimpancé y poniéndose de pie dijo: –Me gustaría ayudarte…- Se encogió de hombros -Pero no tengo puertos sin conexión quirúrgica- Concluyó sonriendo con malicia.


Levanté los maletines del suelo y me acerqué a ella, poniéndoselos de un golpe en el pecho. –Se modificar los puertos, traje las herramientas para hacerlo. Y quédate tranquila hermanita: si me dejas entrar, hay muchas chances de que no salga con vida.- Aseguré. Sabía que aquello terminaría de convencerla -Llévame-


La chica sonrió diabólicamente –Por aquí- Dijo dándome la espalda y comenzando a andar.



𝕊ubimos una larga escalerilla de mano que daba bajo las escaleras de caracol del faro. Jinx reía en periodos irregulares de tiempo a medida que avanzaba e iba tarareando una cancioncilla terriblemente molesta; Piki, el chimpancé robótico le seguía, tirando de los maletines y yo caminaba tras de ellos.


Comenzamos a subir la escalera llena de trampas, ella por delante, dándome explicación detallada del funcionamiento de cada uno de sus improvisados mecanismos, mientras los desactivaba a nuestro paso. Realmente era muy buena haciendo aquellas cosas: ingeniosa cuando menos para las trampas más idiotas, y calculadora y sádica para las letales.


Llegamos a la habitación que se encontraba debajo de la gigantesca lámpara que coronaba el viejo edificio. Estaba vidriada en un estilo antiguo y las luces de la ciudad se distorsionaban detrás de los ventanales. El techo era alto, el espacio amplio y las paredes estaban decoradas con grafitis de todo tipo, hechos con aerosol azul y rosa, incluso había uno muy grosero dirigido a mi persona, el cual decidí ignorar. Me recordó un poco a mi propio hogar.


Nos acercamos a un gran ordenador que se sostenía sobre una mesa de acero en una de las esquinas de la habitación, al lado de un colchón que yacía deshecho en el suelo, con una silla de conexión delante. –Ahí tienes- Dijo señalando el equipo –Pero no pienses que voy a convidarte ni una sola de las pastillas de T24- Advirtió y se sentó en el colchón. Sacó un peine de debajo de la almohada y comenzó a pasarlo por la calva cabeza de Piki.

Suspiré y me puse manos a la obra.


La mayoría de la gente solía realizarse una operación sencilla, en la cual colocaban un adaptador en su cuerpo, un puerto donde conectar el cable Seventhet, para codificar su pensamiento y conciencia y enviarlos a la red. En los últimos tiempos se estaba haciendo bastante habitual hacerlo incluso en los niños recién nacidos, pero no era mi caso; pues aunque mi sistema nervioso no era de los desafortunados que no conseguían entrar nunca a aquella matriz cibernética, no me gustaba hacerlo, pues sentía que mi cuerpo quedaba demasiado indefenso y me provocaba un fuerte dolor de cabeza, así que siempre que podía evitar introducirme allí, lo hacía. El gran problema que esta decisión acarreaba, era que cuando necesitaba entrar, debía hacerlo por un puerto sanguíneo, bastante habitual entre los criminales, pero anticuado, poco saludable y obsoleto para cualquier ordenador moderno: en realidad el proceso era sencillo, solo se trataba de quitar la ficha del extremo del Seventhet que se conectaba al puerto quirúrgico y conocer el orden correcto en que acomodar los dos pares de siete cables a las dos agujas que entrarían en mis brazos.

-Listo- Dije al cabo de unos minutos; miré a Jinx, que se había soltado las coletas y peinaba su larguísimo cabello. La nostalgia me invadió durante un segundo.


-¿Que estás mirando Manonotas?- Preguntó con una furia que se le atropellaba en la voz.

Aclaré mi cabeza –Los créditos. Envíamelos- Ordené con voz tajante.


Tomó su holomisor de muñeca y comenzó a hurgar en una serie de complicadas billeteras virtuales terriblemente desordenadas. –Dame tu número codificado. ¿Tu nombre figura como VI?-


-V45J332V0000L445, y no, esa cuenta es la oficial. Si vas a buscarme por nombre, hazlo por “Seis”-


-Vale, hecho- Dijo segundos después y el holomisor del Hércules parpadeó, acusando el recibo.


Me senté en la cómoda silla de cuero sintético y coloqué las agujas en mis brazos, en la parte interior del codo. Tecleé la contraseña de mi usuario y cerré los ojos.



𝕃a red tenía muchas capas y formas y había quienes podían verlas e interactuar con todas; aquello estaba dado por la capacidad natural de su propio sistema nervioso, diferente en cada persona. “El centro”, “El lobby”, o simplemente “la red”, como la conocía la mayoría, se presentaba como una ciudad inmensa, de colores estridentes contra un cielo absolutamente negro. Era la primera capa del entramado de información codificada que constituía la matriz y en la que cada navegante podía adoptar un avatar, una representación de sí mismos para aquel mundo donde, con los permisos indicados, todo era posible. Allí estaba yo y debía moverme con cuidado, pues en El Centro abundaban los antivirus, detectando y atacando, entre muchas otras cosas, a los puertos piratas.


Sobre este tipo de conexiones hay que decir que tienen grandes ventajas: para empezar es más difícil identificarlos, a ellos y a sus usuarios, pues no están cifrados en el sistema, sino que se manifiestan en las líneas de datos de la red como código independiente; además pueden rastrear a todos los demás puertos con facilidad, ya que al no estar declarados, no tienen una asignación de seguridad: quien entra en ellos, entra con permisos de administrador, que otorgan acceso a información que existe y se mueve en todo momento dentro de la red y que el sistema oculta a los usuarios para preservar su identidad y la de las demás personas; aunque su gran desventaja, es que los antivirus pueden reconocerlos si se permanece mucho tiempo expuesto a ellos, pues una de sus funciones es buscar la identificación de cada avatar que se cruza en su línea de código, compararla con la base de datos, y en caso de encontrar una disonancia, enviar un fuerte choque al usuario.


Los choques son el sistema de defensa y ataque de la red; intervienen en el cuerpo de los navegantes con líneas de código maliciosas, enviándolas a la mente de dicho usuario sin filtro, causando daño físico a aquellos que se vean expuestos a ellos. Para contrarrestarlos hay que ser habilidoso y desarmar la codificación de ataque, transformándola antes de que termine de introducirse en los receptores del cerebro. Circulan historias de grandes hackers alrededor de la red, capaces de evitar cualquier choque producido por un antivirus y de enviar otros tan poderosos que detienen al completo los procesos mentales del afectado, pero como casi siempre resulta ser al hablar de piratas electrónicos, esas leyendas no estaban comprobadas.


Por todos aquellos peligros, quienes acceden con puertos ilegales a la matriz deben aprender a ver las líneas de datos que fluctúan, más aún que las imágenes que éstas significan. Por mi parte, podía ver los antivirus, y evitarlos, desviando su información, pero no me creía capaz de repeler un choque con mucho éxito, así que llevaba mi vista dividida, entre los datos y la ciudad. La cabeza comenzaba a dolerme.

Una vez tuve la interfaz asimilada, respiré profundo e intente concentrarme dentro de aquel lugar, navegando por las exhibiciones de sus tiendas y sus enredadas callejuelas, tratando de mantener todo en orden dentro de mi cabeza.



𝕃a información brillante y estridente de un mundo saturado de publicidades y datos me bombardeaba mientras yo me movía esquivando los antivirus que se filtraban entre las vertiginosas líneas de código que aparecían y desaparecían en mi vista; navegaba a gran velocidad y sin rumbo fijo, forzándome a consumir más y más de todo aquel mundo iridiscente y fugaz que estaba en constante cambio, calibrando mi conexión y preparándome para lo que pudiera pasar. Así continué unos cuantos minutos, hasta que me sentí segura de mis movimientos, suficientemente rápida para desentrañar líneas codificadas y comunicarme sin mucho esfuerzo, entonces entré en una tienda de avatares. Pues debía cambiarme para lo que vendría.


El dependiente me saludó amablemente al ingresar. Adoptaba el cuerpo de un robot totalmente cromado que reflejaba las luces del lugar; vestido con un traje de gala que imitaba al que el famoso tecnoartífice Istar Ghost, utilizó en la última celebración del día del progreso, negro, con cuello alto atravezado por un tubo pequeño de neón líquido que ardía en un refulgente turquesa claro, y bolsillos teñidos con colores camuflados. Tenía los brazos apoyados en el largo mostrador y la espalda inclinada hacia adelante. Sonreía amistosamente.


-Buenas noches- Dije –Quiero un cambio completo. Creo que no estoy muy puesta a la moda actual- Mentí. En realidad lo que quería era no dejar rastro de mi paso por allí, y mi avatar, que recreaba a mi propio cuerpo no era muy discreto para aquella tarea, así que debía hacer un cambio completo.


-Oh, ya veo. Salta a la vista, hace tiempo que Manonotas no es una figura muy solicitada- Respondió el sin maldad, aunque ofendiéndome un poco –Aunque la imitación que ha instalado de su voz es muy buena. ¿Puedo preguntar dónde la adquirió?-


-No lo recuerdo realmente- Dije siguiéndole el juego –Llevo este avatar desde que Vi realizó su primera gran redada, ha pasado mucho tiempo- En la red cada usuario podía modificar todos los aspectos de su presencia, desde su voz hasta su altura o su raza, pero lo que no sabía aquel hombre es que aquella imitación sonora, era realmente mi propia voz y mi cuerpo el mío, pues jamás había modificado el avatar por defecto que la red asigno por defecto para mí, imitando mi propia forma.


-Que lástima.- Se quejó por lo bajo, e hizo una breve pausa -En fin, ¿Que estilo está buscando en particular?- Dijo luego, yendo directo al grano


-Quiero algo con más clase, aunque no demasiado llamativo. Preferiría conservar esta altura y figura, pero cambiando lo demás. El rosa es un color que me agrada, así que empezar por ahí no es una mala idea. Digamos que no voy a escatimar en gastos si lo que me ofrece me agrada- Concluí pensando en que no quería dejar ni uno solo de los créditos robados de Jinx.


-Acompáñeme al probador por favor- Hizo un gesto con la mano sin esperar respuesta y la tienda cambió al completo, dejando a mi alrededor un cuarto lleno de espejos con una plataforma circular en el centro –Creo que tengo algo perfecto para usted-


Me coloqué en aquel círculo y el robot realizó otra gesticulación. Un cosquilleo recorrió mi cuerpo, los datos en mi cabeza parpadearon y de repente me vi a mi misma tallada en un gran diamante rosa, semitransparente y con cortes estilo briolette por toda su superficie, con el cabello hecho de aguamarina, a juego con mis pupilas, mis uñas y el contorno de mis labios, en el mismo desprolijo peinado que acostumbraba y que me gustaba llevar. Aquello había sido rápido.

Miré mis manos mientras las abría y cerraba frente a mis ojos. Resultaban cómodas, al igual que las piernas, y los brazos. Mi espalda era algo menos flexible, pero nada que no pudiese manejar –Me gusta. Pero quiero algo más. Un detalle.- Dije acercándome al espejo para apreciar mi nueva forma más de detenidamente –Me gustaría un tatuaje; en negro. Un seis discreto en mi cuello ¿Podrá hacerse?-


El robot se encogió de hombros –Claro que sí, vuelva al centro por favor-


Era tal cual lo había imaginado, resaltaba sobre mi diamantina piel recién estrenada en un color negro como la noche, con detalles en mica plateada -¿Qué piedra es esta?-


-Turmalina negra- Respondió él. -¿Algo más?-


-Mi voz. Necesito una nueva- Respondí.


-¿Femenina?-


Asentí con la cabeza –No muy estridente, algo más bien apacible si puede ser…- Mientras terminaba la frase el cambio se realizó drásticamente. Una especie de mezzo soprano con bastante más profundidad que mi propia voz habló cuando terminé de pronunciar aquellas palabras. Nunca había experimentado aquel proceso y me ahogué durante unos segundos hasta que conseguí aclarar la garganta. –Esto bastará- Dije con el cerebro extremadamente confuso a causa de la sonora metamorfosis. Escucharme me resultaba ridículamente extraño. -¿Cuánto por todo?-


-Dos mil créditos- Dijo con absoluta calma


El precio era altísimo, pero por suerte tenía margen para gastar. Hice un gesto con mi nueva mano de diamante para efectuar el pago y el robot asintió con la cabeza. Aparecimos nuevamente en la entrada de la tienda –Que pase una agradable noche- Se despidió el.

-Igual- Respondí y crucé la puerta.


He de admitir que el cambio, sobre todo físico me agradó bastante, era un avatar bonito y delicado, pero con mucha personalidad y presencia. Volví a mirar mis brazos, que reflejaban en su superficie las luces de la cibernética ciudad… Entonces pude verlo, demasiado cerca. El cambio me había aturdido un poco y no presté la suficiente atención.


Un antivirus de tipo A, de los instalados por el cuerpo de Policía se acercaba a mí entre las líneas de código de la red. Mi pensamiento se aceleró muchísimo y casi sin darme cuenta desentramé la información de los datos que recibía y desvié mi conexión a una línea de publicidad que casi me ciega con sus estridentes colores fluor: rojos, negros, azules y verdes saltaban frente a mi vista formando imágenes y palabras “Este domingo… La gran final… Dos equipos… Solo uno se alzará con la gloria” Rezaba una voz calma mientras una competencia de un juego MOBA se manifestaba en el espacio. Miles de avatares moviéndose, una copa de platino, con un encapuchado tallado en ella sosteniendo un zafiro. El rostro de Diez jóvenes deportistas, los escudos de ambos equipos. “El estadio del centro recibirá el evento deportivo más grande del mundo… ¿Vas a quedarte afuera?” Un puño blanco rompiendo un cristal y un fénix enfrentando a un negro samurái enmascarado. “¿La revancha de los caídos, o el renacimiento de una leyenda? Domingo 30/10” Un botón de compra de entradas apareció entre los datos. Salí de inmediato y caí en uno de los callejones céntricos de la ciudad nuevamente.


Tomé aire una vez más. Aquel desliz había sido imprudente. Tenía que enfocarme y concentrarme en lo que hacía si quería salir de una pieza de la red. Podía sentir como se adormecía mis manos, lejos de mi mente, del otro lado del espectro de la matriz. Una nueva bocanada de aire. Fabriqué con los códigos que llegaban a mí un cigarro, que aunque no causase ningún efecto químico en mi cerebro, me mantenía en calma. Aquello era ilegal, porque de cierto modo estaba adquiriendo una modificación estética sin pagar, pero también resultaba sencillo y nadie tenía por qué darse cuenta. Jugué con el humo que mi avatar exhalaba, aumentando y disminuyendo su cantidad, cambiando su color y modificando su forma lejos de la vista de cualquier persona, acostumbrándome de nuevo a la manipulación de datos a mí alrededor. Cuando volví a sentirme segura, lo arrojé al suelo y emprendí mi marcha nuevamente.



abía mentido a Aracne, el pobre infeliz que sobrevivió la noche anterior si había soltado lo que necesitaba escuchar: existía un lugar donde quienes querían comenzar en el negocio debían acceder. Un downloader llamado “Golder River”.


Locales como estos eran comunes en la red, se trataban de una especie de “bares” donde se proporcionaba, a las personas que pudiesen pagarlo, una descarga de codificaciones encriptadas que al entrar en el sistema nervioso producían sensaciones concretas que siempre estaban relacionadas con el placer; desde percepciones sexuales hasta desinhibición, estos datos conseguían aumentar la producción de adrenalina, endorfinas, dopamina y encefalinas, entre otros complejos procesos cerebrales, causando en el cuerpo de los usuarios mares de calma, subidones de ánimo, y otras tantas sensaciones mundanas que la gente pasa la vida buscando desesperadamente. Controlaban químicamente el cuerpo de los consumidores y eran altamente adictivos, por eso los downloaders eran lugares carísimos, ya que estaban regulados por cientos de organismos oficiales y burocráticos, que se encargaban de mantener la información de la creación de estas líneas de código lejos de quienes pudieran utilizarlas con fines que la ley, (cómodamente creada por dichos organismos), considerase destructivos y poco éticos. Y la patente necesaria para comercializarlos valía una fortuna, una exagerada y desmedida fortuna.


La entrada al lugar estaba a reventar de antivirus, así que colarme allí fue un ejercicio lento, ya que requirió saltar por varias etapas del código de la ciudad. Aquello me tomó cerca de veinte minutos, pero fue más incómodo que difícil.

Una vez dentro, un pequeño recibidor cuadrado y oscuro servía de puesto de seguridad y boletería y tenía en las paredes laterales dos brillantes carteles de neón dorados que iban proyectando un texto que rezaba “Golden River, la pradera del placer. Propiedad de Wrydian Company S.A, patente 234120998” Aquello llamó mi atención <<¿Dónde había leído yo aquel nombre?>>.


Dos bots de control se ocupaban allí de revisar que los ingresantes no tuviesen indicios de líneas de choque recientes y que su conexión era estable. Me permitieron el acceso y en la boletería un avatar con forma de mujer, con curvas voluptuosas y rostro angelical tuvo la amabilidad de desplumarme tres mil quinientos créditos por la entrada. Un precio tan descarado que hasta sentí el deseo de protestar, aunque el dinero no fuese mío, pero no era el momento. Crucé la entrada y salí a un gran claro artificial, rodeado de árboles y con un arroyo de oro líquido en el centro que reflejaba el soleado cielo digital, donde muchos de los invitados se estaban bañando mientras compartían conversaciones en tono jovial. Había por lo menos doscientas personas allí, bailando al compás de una música saturada, de sintetizadores estridentes y ritmo violento y entrecortado. Una fiesta en toda regla.


A la izquierda de la entrada había una larga barra de madera que cubría toda la extensión del claro. Me senté en una de las banquetas que se repartían frente a ella, apoyando los codos y la espalda en la madera modelada artificialmente mientras contemplaba a las personas que había por allí.

Sabía lo que debía hacer, pero primero tenía que tomar las precauciones necesarias: para empezar, un vistazo general, prejuzgando con ojo policial a todo aquel que pareciera sospechoso. El avatar de aquel viejo gordo que no paraba de gritar y arrojar códigos de créditos al río, rodeado de bellas damas que reían su gracia. Otra persona, con el avatar de una mujer delgada, pelirroja y vestida de cuero con dagas en la cintura, increíblemente agresiva con quien pasase a su lado, tanto así que constantemente los guardias tenían que reprenderla. Una hombre, con el cuerpo cubierto de escamas negras, el rostro dracónido, el torso desnudo revelando una araña blanca tatuada, demasiado sobrio en comparación al resto de personas de la fiesta, y que no paraba de mirarme desde que entre.


Comprobé los puertos de los presentes, buscando disonancias. Tenía acceso a los datos policiales, pues conocía las claves del archivo, así que no fue difícil enlazar las líneas de datos con la biblioteca del ayuntamiento para una comprobación rápida. El dragón estaba allí desde un puerto ilegal, yo era la segunda, y había alguien más, pero su rastro no era sencillo de seguir, así que lo dejé sin más para no llamar su atención.


El tipo de las escamas negras se acercó a mí con una sonrisa –Buenas noches querida. ¿Puedo sentarme?- Dijo señalando la banqueta desocupada a mi lado.


Me encogí de hombros, con un poco de suerte ignorarlo lo mejor que pudiera terminaría cansándolo y se apartaría de mí.


-Me gusta tu avatar ¿Cómo es tu nombre, amiga diamantina?- Su voz era incómodamente profunda.


-Seis- Respondí sin prestarle atención


Soltó una carcajada sonora –Un nombre interesante. Me llamo Araña ¿Vienes seguido por el río?- Preguntó.


Algo iba mal, el hijo de puta intentaba descifrar mi información, se estaba colando en mi conexión. Desvié las líneas de código y devolví el gesto descortés, su puerto estaba en el centro, cerca de la gran fuente, tenía bastante dinero en su cuenta bancaria. Repelió mi espionaje. Sonreí y miré su rostro –Algunas noches, cuando estoy aburrida. ¿Y tú Araña? ¿No tienes alguna otra chica con más ganas de caer en tus redes?- Dije y volví a intentar entrar en su puerto, advirtiéndole que no debía jugar conmigo.


-Pues, la mayoría de las mujeres ya están ciegas de descargas, son presa fácil y eso siempre es aburrido ¿No lo crees?- Tras su avatar, araña resulto ser un hombre alto y musculoso por lo que llegué a ver en mi incursión a sus dispositivos cercanos, aunque me era difícil distinguir nada más sin desconcentrarme de la conversación, pues debía interpretar más líneas de las que mi mente podía traducir en esa situación. Desvió nuevamente mi espionaje y contraatacó. Por suerte la pelea no incluía choques, pues el tipo era bueno, por lo menos tan bueno como yo, aunque eso no era mucho decir. Vió a Jinx, y los créditos en mi cartera digital. <<Cree si quieres que soy ella, cabrón>> Pensé mientras volvía a sacarlo de mis datos.


-O sea que eres un acosador psicópata ¡Genial Araña!- Dije atacando una vez más, esta vez quería dejarle claro que no tenía que jugar conmigo, envié una línea diminuta de choque, no es como si pudiese realmente enlazar una codificación de ataque completa, pero eso él no lo sabía; solo quería hacerle llegar una inofensiva amenaza. Los guardias me miraron de inmediato y comenzaron a acercarse a mí. El los detuvo con un gesto de la mano y se levantó de su asiento con una sonrisa calmada.


-Un placer conocerte, Seis. Sabes dónde buscarme si alguna vez quieres conversar sin ser tan grosera- Se alejó, rumbo al río y saludó allí a otra mujer que bailaba con un grupo de amigas.

Me giré hacia la barra e hice un gesto al bar tender, que vestía el avatar de un hombre/cefalópodo, con seis tentáculos a su espalda, además de sus dos manos humanas, que no paraban de batir “tragos”, por llamarlos de alguna manera, ya que no eran otra cosa que líneas complejas de código adaptadas visualmente a una estética mundana para los menos capaces dentro de la matriz. -¿Qué gusta beber esta noche, señorita?- Preguntó.

Parecía que la música lo controlaba, pues no dejaba de bailar al compás de aquellos rítmicos sintetizadores. Me irritaba. –Quiero una copa de Demonios. La copa Kitten. ¿Lo he dicho bien?- El tipo me observó de arriba abajo y casi deja caer uno de los cócteles que sacudía en sus tentáculos. La información del desgraciado de la noche anterior era correcta y las palabras eran las justas.

El pulpo detuvo su baile un segundo. Se encogió de hombros y continuó su danza. –La jefa es aquella mujer de allí. Espera que termine su reunión- Dijo señalando con uno de las extremidades no humanas a una mesa alejada en el claro, que en aquel momento ocupaba una mujer de cabello negro que vestía un bodysuit de encaje de cuero y unos pantalones vaqueros sencillos. Sentado frente a la “jefa”, como la había llamado el bar tender, había un licántropo, enorme y de pelaje gris y negro que gesticulaba demasiado al hablar.


Me giré cuando el pulpo se alejó a seguir su trabajo y volví a acomodarme contra la barra de madera, a la espera. Pasados unos pocos minutos la conversación entre aquellos dos personajes pareció tornarse difícil, ella le indicó con un gesto que se levantase, pero él hombre lobo comenzó a llorar y a suplicar, derrumbándose incluso de rodillas. La mujer se puso de pie y su compañero casi cae de espaldas, con el rostro lleno de auténtico miedo, se levantó mientras se giraba, en un movimiento que me dejó una mezcla de asco y pena y salió corriendo hacia la puerta del lugar. Quién sabe lo que le esperase a aquel desgraciado.


Me acerqué a la mesa con lentitud, el dracónido me seguía con la mirada desde la otra punta del lugar, aquello no me gustaba. La mujer se percató de mi presencia y se acomodó en la silla, cruzando los brazos sobre la mesa. Cuando estuve cerca habló -¿Qué tenemos aquí? ¿Vienes a agrandar el negocio, diamantito?- Rió –Te advierto que la basura que acaba de escaparse corriendo también tenía aspiraciones de gloria y grandeza- Hizo una pausa y me señaló la silla vacía -¿Cómo te llamas?-


Me senté frente a ella –Mi nombre es Seis-


-Estas son las reglas… Seis. A partir de este momento vas a llamarme señora, jefa, o ama Kitten, como prefieras. No vas a hablar si no te lo permito, y si descubro que quieres joderme a mí o a los míos vas a morir. ¿He sido clara?- Preguntó. –Para empezar, acceder desde un puerto pirata no es nuevo, pero tu información está bien codificada, y eso no me gusta. ¿Quién eres? Quiero tu nombre, no tu alias-


La hija de puta había visto mi conexión sin que siquiera pudiese notarlo, estaba en problemas. Comencé a buscar entre el código que fluía frente a mis ojos con más pulcritud, intentado dar con su rastro, pero no conseguía nada. Mis palabras se volvieron torpes y lentas, pues no podía prestar suficiente atención –Me llamo seis, señora. Ese es el nombre con el que me presento a donde voy. No tengo otro, pues no tuve quien me de uno-


La mujer acarició su mentón y se recostó en la silla con calma –No me gusta eso. Pero veo que tienes demasiado dinero para ser una huérfana, así que debo entender que sabes desenvolverte bien. Cambiaste tu avatar antes de venir, querida Seis ¿Por qué?-


Busqué sin cesar, archivos encriptados, datos dispares, líneas ajenas, de personas, conexiones, publicidad, veía las encriptaciones químicas afectando a los consumidores, pero no notaba su presencia. Comenzaba a marearme. Tenía la cabeza embotada y sentía, lejos en mi cuerpo, la boca seca y las piernas adormecidas. –Solo… yo… Quería vestir apropiadamente frente a una oportunidad tan grande, señora-


Soltó una pequeña carcajada, su voz era irritantemente aguda –Te entiendo cielo. Pero dime. ¿Qué oportunidad piensas que tienes aquí?-

Los movimientos de mi billetera, los datos de mi historial de navegación, planos del edificio, micropuertos, ¡Allí!

Su señal estaba endiabladamente codificada, pero era precisa. Comenzaba a rastrear mi ubicación, pero no lo había hecho aún. La tenía. Corté el flujo de datos. Era yo quién necesitaba esa información. Seguí sus pasos, con cuidado, no había conseguido todavía mucha información acerca de mí, pero yo había descubierto su puerto, una conexión pirata. Ella era la tercera en el lugar. Entré en ella desde una línea de datos químicos que uno de los asistentes del lugar consumía. Tenía mucho dinero. –Droga señora. Vender droga. Así me han dicho- Apenas podía hablar con claridad, su trabajo como hacker era impecable, demasiado para mi pobre conocimiento.


-¡Oh, veo que tienes algo de talento! Pero no tienes permiso para cortar mi señal, querida. Y desde luego tampoco capacidad. No puedes ni disimular que lo estás intentando. Vas a dejar que vea todo, por las buenas o las malas ¿Está claro?-


Su señal aún no atacaba, y aunque me había pillado deteniéndola, no sabía que había cometido la imprudencia de colarme tras de su rastro. Conseguí acceder a su información de usuario, y debería haber estado pletórica de orgullo, pero lo que encontré allí, en el corazón del acceso a sus datos no me gustó nada. Era un choque, perpetuo, que me erizó la piel, pero no me lastimó. Era un código distinto, cambiante, extraño, que me intimidaba y encerraba, pero me mantenía en una calma antinatural, como si todo lo que pasaba allí no tuviese real importancia.


-Seis. Te he hecho una pregunta. No quiero tener que repetirla- Dijo la mujer frente a mis ojos, con el rostro enojado y sus ojos clavados en mí. <<¿Quién era ella? Desde luego tiene estilo. Es bonita. ¿Estoy en un bar? ¡Fiesta!>> Sonreí.


-Maldita seas.- Mi espionaje fue descubierto y empujado hacia atrás de un tirón por una larga y abusiva línea de choqué que me hizo gritar y retorcerme. –Por las malas, será- Dijo.

Miré a los guardias, esperando ayuda, pero parecía que aquello no les importaba en lo más mínimo. Araña me señalaba y discutía con uno de ellos. Giré mi vista a la mujer. Otro choque, más suave pero mejor dirigido lastimó mis extremidades. Temblé. Era buena de verdad, tenía que salir de allí a toda prisa, no podía pelear contra ella. Vi cómo otro ataque se dirigía hacia mí y conseguí desviarlo, solo un poco, pues la mitad de la información llegó de lleno a mi pecho. Comencé a buscar una salida, un escape de emergencia para mi conciencia, apagué las imágenes y me centré en las líneas de información codificada que se arremolinaban violentamente contra mí, pero estaba todo cerrado, o muy lejos, o custodiado por los movimientos de la hacker. Empecé a moverme. Tenía que hacer algo. Envíe una línea de choque a su sistema. La más dura que conocía. Rió y la desbarató sin ningún tipo de esfuerzo. –Pobrecita Seis. O Vi, debería decir. Como prefieras. Que gusto poder encontrarte aquí, corazón. Eres inútil para esto, déjame mostrarte como lo hace una profesional- Se burló. Era mi oportunidad, había conseguido distraerla, o eso creí.

Evadí sus bloqueos, mi cabeza funcionaba más rápido que lo que podía manejar. La salida estaba cerca. El puerto seguro.


Su choque me alcanzó de lleno. Perdía el conocimiento. Pensé en Liity, en Caitlyn, la promesa que les había hecho, recordé a Harknor, mi gran amigo, Mi hermana Jinx, quería volver a verlos. Tenía miedo.



Un ataque más se dirigía hacia mí. Era el final.

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